Érase una vez, cuando España solo eran, La Real Isla de León y Cádiz, que antes y después de las batallas contra el invasor francés, los militares españoles eran seducidos a través del oído, por un grupo de jóvenes musiquillas llegados de todos los rincones de la península, ínsulas y ultramar, encuadrados en las diferentes unidades como soldados de los ejércitos españoles.
Cuando entre los años 1808 y 1814, en España se libró una cruenta guerra contra la invasión de los ejércitos franceses de Napoleón, que quiso imponer a su hermano José como Rey, cobró gran importancia en las unidades españolas de infantería, los relativamente recientes reglamentos de músicas militares, incluidos en las Ordenanzas Militares de Carlos III en el año 1761, basados en el manuscrito que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, bajo el título “Libro de Ordenanza de los toques de pínfanos y tambores que se tocan nuevamente en la Infantería Española compuestos por Don Manuel de Espinosa de los Monteros”.
De aquellos reglamentos, nacieron las primeras bandas de música militares, compuestas por pínfanos y tambores, procedentes de las unidades en las que estaban integrados, gracias a las circunstancias que les paso a relatar.
Mientras que en los desplazamientos de las compañías integradas en los batallones y regimientos, los pínfanos y tambores marcaban el ritmo y cadencia del paso, en las batallas eran los tambores los que cobraban mayor protagonismo, emitiendo las órdenes del mando, pues la resonancia de sus toques, eran tan graves y sonoros que podía escucharse por encima de las explosiones y disparos en el fragor del combate, convirtiéndose estos instruidos soldados, en inseparables ayudantes de capitanes, comandantes, coroneles y generales.
Y así fue, como cuando los tambores y pínfanos que acompañaban a los mandos de los batallones y compañías, hasta el Baluarte del Puente Zuazo donde se encontraba el Estado Mayor del variopinto ejército, que se había concentrado en San Fernando para iniciar la reconquista del territorio español, comenzaron a sonar melodías y letrillas, alejadas de las rigurosas ordenes militares que emitían con sus instrumentos, mientras en las tiendas de campaña se componían estrategias y necesidades para futuros enfrentamientos por los caños y esteros que rodeaban la Real Isla de León.
Para colmo entre las mozas y cocinillas, que se encargaban de avituallar a las tropas, existían alegres cantarines, que se unían a los músicos haciéndoles los coros de seguiriyas, fandangos, muñeiras, o jotas castellanas y mañas, además de otros muchos estilos y cantares regionales, que de todo había en aquel colorido ejército.
Tal fue, el éxito de aquellos encuentros musicales, entorno al puesto de mando instalado en las proximidades del Puente Zuazo, que los diputados tras la celebración de sus legislativas sesiones, en el viejo teatro de comedias, que hoy conocemos como Real Teatro de Las Cortes, solían enviar por las tardes cuando finalizaban sus parlamentos, a los sirvientes hasta aquel lugar, con misivas dirigidas a los jefes de las unidades, en las que les pedían licencia, para poder requerir los servicios de algunos de aquellos músicos y cantantes, dándoles además permiso para que pudiesen acudir a sus domicilios y aposentos, con el fin de entretener a sus familiares e invitados, durante el tiempo de asueto que se tomaban coincidiendo con la cena.
Rumores sin confirmar, aseguran ahora que ya no pasan vehículos por el Puente Zuazo, las almas de aquellos musiquillas que ya no están entre nosotros, se vuelven a reunir allí, para seducir a viandantes y pescadores, con suaves melodías, esculpidas a falta de tambores y pínfanos, con las aristas de las piedras ostioneras, en los vientos de levante y de poniente.
Del mismo modo y también sin confirmación posible, hay quien afirma, que muchos de aquellos músicos, cuando acabó la guerra, retornaron a San Fernando, donde continuaron sembrando las aficiones musicales entre los vecinos isleños, motivo por el cual a día de hoy, desde las celebraciones navideñas, los carnavales, la Semana Santa, la Feria del Carmen o las verbenas de los barrios, además de sentir un irrefrenable impulso, de perseguir a todo aquel que por la calle vaya tocando un tambor o silbando una flauta, lo difícil para cualquier isleño, está en elegir a algún musiquilla cañaílla, cuando necesitamos celebrar algo, pues son tantos y tan buenos, que seguro que cualquiera de ustedes es uno de ellos.
Y aunque cualquier parecido con la realidad de esta historia, cuento o como usted lo quiera llamar, pudiera parecer una casualidad, COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO POR HOY SE HA ACABADO.
Visitas: 66