Había una vez, en el corazón de La Isla, en una de las huertas cerca de la cantera del Barrero, un gallo llamado Currukiki, con mirada curiosa y plumaje negro en casi todo el cuerpo, pero rojizo como el de las hojas que caen en otoño en la cabeza.
Curru, nombre abreviado con el que era conocido por todos los cañaíllas, por su potente canto que anunciaba la llegada del nuevo día cada amanecer, antes incluso de que allá por el año 1975, el Real Observatorio de la Armada, marcara la hora de España con su reloj atómico, presumía orgulloso de hacerle la competencia a Torre Alta, que cada medio día, izaba un globo para que los buques fondeados en la Bahía de Cádiz, pudiesen sincronizar los relojes antes de partir en sus navegaciones.
Currukiki se levantaba al primer rayo de sol, brindándoles alegres saludos a los amigos de todas las especies, que por la huerta y alrededores convivían.
Las liebres aplaudían, los gorriones danzaban y hasta el viejo olivo, que vigilaba cerca de Torre Alta, sonreía con su corteza arrugada, mientras algún que otro humano, no le perdonaba que incluso los domingos, le despertase de buena mañana.
Un día, sin embargo, algo extraño ocurrió: Currukiki no pudo cantar como de costumbre. Sus cuerdas vocales se resintieron y al tratar de entonar sus melodías matutinas, solo salió un débil silbido, preocupando a los demás animales de la huerta.
Currukiki que estaba determinado a encontrar una solución, compartió su preocupación con sus vecinos, siendo el sabio olivo, quien le sugirió que buscara ayuda en la Punta del Boquerón, donde vivía la sirena, Melodina, conocida por su voz mágica y sabios consejos.
Así fue como el singular gallo, comenzó un largo viaje hacia la bocana del Caño de Santi Petri, donde se encontraba la lengua de tierra entre el citado caño y el océano Atlántico, conocida como Punta del Boquerón, donde esperaba encontrar a Melodina, nadando entre el citado enclave y el islote del Castillo de Santi Petri.
Durante su camino, se topó con diversos animales con los que hizo amistad, recibiendo de la abeja Dulcibeja, el regalo de una bola de dulce miel, para darle energía, la rana Juana que saltaba cuando le daba la gana, que le enseñó a saltar sobre los charcos, caños o esteros, hasta que cerca de su destino, en la playa del Castillo que todos conocen como de Camposoto, el camaleón Bribón, le enseñó a camuflarse entre la vegetación para evitar ser atrapado.
Una vez que hubo llegado a su destino en la Punta del Boquerón, la escurridiza lisa Nanucha, le ayudó a encontrar y contactar con Melodina, que se acercó a la orilla y atentamente escuchó el problema de Currukiki, a quien con una sonrisa suave y cálida que iluminaba su rostro, aconsejó con su dulce voz, al preocupado visitante con una sabia y mágica reflexión.
— “No te preocupes, querido Currukiki” — dijo Melodina —. “La magia está en encontrar tu propia voz. No necesitas cantar como antes para dar los buenos días, también puedes silbarlo de una manera tan hermosa y especial como tú mismo sabes”.
Siguiendo sus consejos, Currukiki comenzó a silbar distintas melodías cada mañana.
Al principio, no lo hacía muy bien, pero con paciencia y práctica, comenzó a encontrar su propio estilo de silbido, lleno de brío y energía que encantaba a todos.
Los días pasaron y el gallo de la huerta del Barrero, se convirtió en un maestro del silbido. Sus amigos, los humanos y los animales de La Isla, no solo lo esperaban por sus armoniosos y melodiosos sonidos matutinos, sino también porque cada día aprendían algo nuevo de Currukiki, quien les enseñaba que la verdadera belleza está en ser diferente y auténticos.
Así, Currukiki no solo superó su dificultad vocal sino que también descubrió un talento oculto, llenando aún más, la huerta del Barrero y todo San Fernando de alegría con el nuevo gallo silbador, quien, a través de sus melodiosos silbidos, nos recordaba que la superación es posible cuando uno se abre a nuevas posibilidades y aprende a aceptar quién realmente es.
Desde entonces, cada mañana, Currukiki continuó dando los buenos días con su singular voz, demostrando al mundo entero que incluso un pequeño gallo, puede cambiar las mañanas de todos los que le quieran conocer y escuchar.
Nota de interés: Cuento infantil, para que los adultos se lo enseñen a sus hijos y nietos, describiéndoles las referencias a lugares y rincones de San Fernando (Cádiz) .
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