Érase una vez, en la isleña playa de La Casería, orillando la Bahía de Cádiz, cuando el gato Fifú y la gallina Perica, que para conversar sin que nadie les molestara, se habían acercado hasta la caseta donde se ubicaban los aseos y vestuarios, junto al lava-pies y la ducha, en el citado espacio natural de San Fernando, fueron sorprendidos por la lagartija Lola que jugueteaba por allí.
Resulta que la colonia felina, que merodean por el inicio de la carretera que conduce a los antiguos polvorines de Fadricas, suelen departir y confraternizar con las gallinas de la huerta que hace esquina, entre la mencionada carretera y la calle Magallanes, que llega hasta la zona urbana del barrio de La Casería, cuyo principal referente es la Parroquia de la Inmaculada, sede de la Hermandad del Cristo del Perdón.
Ocurrió en la ocasión que les voy a relatar, que mientras Fifú y Perica conversaban, observaron como la lagartija Lola, a diferencia de otros días, que solía pulular por el muro exterior de la huerta, aquella mañana se había atrevido a cruzar la carretera y encaramarse por las paredes de madera de la antes mencionada caseta de playa.
Ellos mismos únicamente acudían a ese lugar, por las mañanas cuando menos humanos solían visitarlo, ya que por las tardes aquel bello rincón que estaba entre su área de recreo y la de unos eucaliptos que daban sombra a los bancos instalados allí mismo, solía estar bastante ocupado para contemplar cada día, los hermosos atardeceres, cuando el Sol solía esconderse en el horizonte, a la derecha del espigón de Punta Cantera.
Fue el gato Fifú, el primero que vio la arriesgada maniobra de la joven lagartija Lola y exclamó;
– ¡ Hay que ver lo rápido que se hacen mayores estas criaturas !
A lo que la gallina Perica, igualmente sorprendida, respondió;
– ¡ Ya te digo, hace nada era una bebé y ahora, la lagartija Lola ya marinea sola !
Fifú mostrando sorpresa, preguntó que era eso de marinear, pues que el supiera, Lola ni estaba embarcada en ninguna de las barcas que por allí fondeaban, ni conocía de alguna afición marinera de las lagartijas y mucho menos de Lola.
A lo que Perica nuevamente, con un tono entre jocoso y sabelotodo, le replicó;
– ¡ Anda hijo, pareciera que no eres de La Isla y mucho menos de la Casería, pues en San Fernando, todo el mundo sabe, que marinear es la palabra que usamos como sinónimo de encaramar, trepar o subir por las paredes, muros o pajeretas. !
– ¡ ? Pajeretas, eso que es ¿ !,
Exclamó nuevamente sorprendido, Fifú.
¡ Pues claro le insistió Perica !, para seguidamente explicarle.
– ¡ No me digas que tampoco sabes que en La Isla, cualquier pared o muro la llamamos pajeretas !.
– ¡Anda, Anda !, ¡ Que no me lo puedo creer !
Mientras tanto la lagartija Lola, observaba la discusión desde la cúspide del techo de la caseta, entre sorprendida y juguetona, sin mediar para nada en tan ilustrativa y amena conversación, que como cualquier adolescente, pensaría que son cosas serias de adulto, que a ella poco o nada le podía interesar.
Al final Fifú y Perica, dieron por concluido su encuentro y se encaminaron ambos a continuar jugando, departiendo y conversando con otros amigos, de las familias de los gatos y las gallinas, mientras la joven lagartija, consciente ahora sí, de los peligros que entrañaban el cruce de la carretera, desde lo alto de la caseta observaba y planificaba su vuelta al nido, donde sus padres y hermanos, a buen seguro la estarían esperando sin saber que Lola, “¡ YA MARINEA SOLA !”.
Y colorín, colorado, este cuento ya se ha acabado.
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