Había una vez dos perros vagabundos llamados, Rufus y Tito, que solían caminar por las calles de la ciudad gaditana de San Fernando, deambulando en busca de aventuras y amistades con las que pasar sus días, en la localidad también conocida como La Isla.
Un día, mientras paseaban por la población naval de San Carlos, en la explanada cercana al Panteón de Marinos Ilustres, se encontraron con un gato callejero llamado Sombra, que parecía estar entablando amistad con una gaviota llamada Luna.
Al principio los caninos, Rufus y Tito, se mostraron recelosos y algo nerviosos, pues aunque alguna vez trataron con gatos, en esta ocasión no sabían cómo enfocar la novedosa situación de acercarse al gato y la gaviota, pero pronto se percataron de que Sombra y Luna, eran amistosos además de simpáticos.
Tras las presentaciones de rigor, los cuatro amigos comenzaron a pasear por la zona, con la ventaja de que Luna desde las alturas avisaba de cualquier peligro que pudiese surgir.
Durante el paseo, Sombra les mostró algunos de sus lugares favoritos para esconderse, aprovechando su habilidad para saltar y brincar por lugares insospechados para Rufus y Tito, mientras que Luna intentando mantenerse en vuelo lo más cerca posible para que les oyesen, les contaba historias sobre el mar y las aventuras que había vivido allí.
Los días pasaron poco a poco, y los cuatro amigos se volvieron inseparables.
Rufus y Tito solían llevar comida para Sombra y Luna, y a cambio, estos dos amigos, el gato y la gaviota, les enseñaban juegos divertidos y les contaban historias sobre sus aventuras antes de conocerse, pero a las que mas atención prestaban todos, eran a las relatadas por la gaviota sobre animales marinos, barcos y hombres de la mar.
Un día, Luna les contó a sus amigos que aún estando a gusto con ellos, estaba planeando emprender un largo viaje de vuelta hacia el mar en busca de nuevas aventuras y amistades, pues en tierra firme a pesar de su agradable y cariñosa compañía, no era del todo feliz, echando de menos su querido mar.
Rufus, Tito y Sombra, se sintieron tristes al escuchar esto, pero también eran conscientes y sabían, que era lógico que Luna necesitase seguir su propio camino y volar en libertad.
Antes de partir, Luna les dio a cada uno de sus amigos un regalo especial que además podían compartir:
a Rufus le dio una pequeña concha del mar para que él y sus amigos, escuchasen el rumor de las olas, A Tito le regaló un trozo grande de una vela rota, para que pudiesen refugiarse bajo ella del frio y la lluvia, y finalmente a Sombra le dio una bola de cuerdas para que todos pudiesen jugar y divertirse acordándose de su alado amigo.
Tras entregarles los regalos, se marchó recordándoles que aquellos presentes, les ayudarían a recordar siempre su amistad y los buenos momentos que habían compartido juntos.
Para el trío de amigos que quedaron en tierra firme, la vida continuó por las calles cañaíllas y aunque extrañaban mucho a su amiga la gaviota Luna, los perros Rufus y Tito junto al gato Sombra, continuaron su amistad y paseos, sabiendo que siempre tendrían un lugar especial en sus corazones para su alada compañera, por lo que juntos, continuaron explorando las calles de San Fernando, disfrutando de la amistad y las aventuras que les ofrecía cada día este bonito municipio marinero.
Y colorín colorado por hoy este cuento se ha acabado.
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